Una visión de mundo es una ventana conceptual, a través de la cual nosotros percibimos e interpretamos el mundo, tanto para comprenderlo como para transformarlo. Esta ventana funciona como una especie de lente cultural, donde los ingredientes para su construcción incluyen ciertos valores, creencias, principios, premisas, conceptos, enfoques, etc., que moldean nuestra percepción de la realidad y, por lo tanto, nuestras decisiones y acciones hacia todos los aspectos de nuestra experiencia humana en el universo.

Asumiendo el estatus de paradigma social, una visión de mundo es la herramienta cultural más poderosa de que dispone un grupo social, una comunidad o una sociedad, para (re)interpretar su pasado, comprender su presente y construir su futuro. Cuando comprendemos que la realidad es lo que nuestro método de observación nos permite percibir, pasamos a reconocer que nuestra visión de mundo moldea nuestros modelos mentales, a través de los cuales observamos, sistematizamos, interpretamos y aportamos significado a nuestras propias experiencias en el mundo.

Si toda época establece una visión de mundo dominante, un cambio de época establece una competencia entre visiones de mundo en conflicto

En los siglos XVI y XVII, se estableció, junto con la ciencia moderna, una visión mecánica de la realidad, bajo la cual el mundo pasó a ser percibido a través de la metáfora de una máquina. El marco conceptual de Galileo y Descartes, de una realidad objetiva gobernada por leyes matemáticas exactas, fue completado por la mecánica Newtoniana y la teología cristiana, legitimando el mecanicismo y validando sus implicaciones: reduccionismo, determinismo, linealidad y mono-causalidad. Junto con esta visión de mundo, se consolidó el pensamiento duro, donde solamente los «hechos» cuantificables, capaces de ser traducidos al lenguaje matemático, pasaron a ser los «únicos» hechos relevantes. Con la Revolución Industrial, en la segunda mitad del Siglo XVIII, esta visión de mundo se consolidó, y hasta hoy ha prevalecido sobre otras.

Bajo esta visión:

El mundo era percibido como una máquina sin sentimientos, donde la razón mecánica excluye a la emoción humana. Sin espacio para valores morales ni principios éticos, este reinado de la racionalización es «habitado» por piezas del engranaje que permiten funcionar a la máquina. En este mundo mecánico, hay una ciudadanía por derecho, pero con pocos ciudadanos de hecho.

La historia no existe o no es relevante para la máquina; el pasado y el futuro están asociados a la idea de progreso, que significa apenas más soluciones mecánicas. El eficiente funcionamiento de la máquina en el presente es lo que cuenta–el corto plazo.

El contexto corresponde a «la» realidad «objetiva», que existe independiente de nuestra percepción, decisiones y acciones. Cabe a las organizaciones «descubrir» qué parte de esta realidad puede o debe ser considerada como «su» entorno. Los «hechos» relevantes en este contexto son los hechos «duros», visibles y cuantificables, que se pueden predecir a partir del manejo de las leyes «naturales» que rigen el funcionamiento de la realidad, a través de relaciones lineales de causa y efecto.

La organización es una máquina que transforma insumos en productos, y que debe ser manejada como tal. Esta máquina es dinamizada por sus recursos humanos, que son autómatas biológicos capaces de ejecutar tareas rutinarias, replicar «recetas» e imitar comportamientos, pero no son capaces de crear, porque no se les da el espacio para pensar.

Los modelos de intervención para el desarrollo son centrados en la oferta, como resultado de los excesos de la racionalización–eficiencia, cuantificación, control y predicción, que genera rigidez y linealidad. Para la máquina, el progreso es sinónimo de crecimiento, y los medios–crecimiento económico y desarrollo tecnológico–son privilegiados sobre los fines, que son plurales e individuales.

La tecnociencia (la fusión de la ciencia moderna con la tecnología moderna) es un factor de transformación de ciertos insumos en información y tecnología, para aumentar la eficiencia de ciertos procesos productivos. Desde una base mecanicista, que selecciona la eficiencia productiva como la máxima referencia para el proceso de innovación, la especialización científica es descontextualizada de otras especializaciones, y es desvinculada de los valores humanos: ciencia para la eficiencia.

La metáfora de la máquina continúa como la base de esta visión. Con la revolución en torno a la tecnología de la información, la visión mecánica de mundo gana sofisticación y vitalidad. Para la mayoría de los físicos e ingenieros, la máquina apenas se ha hecho más compleja, pero la tecnología de la información y la teoría del caos les permiten comprender esta complejidad, a través del lenguaje y la precisión de la matemática. Con la tecnología de la información, la máquina ha ganado vida, pero es una vida tan mecánica como la vida de los robots más sofisticados: sin emoción, pasión, sentimientos, valores, aspiraciones, compromisos, etc.

Los conceptos originalmente propuestos a partir de la metáfora de la máquina son: progreso, eficiencia, control, cuantificación, predicción, producción, productividad, engranaje, recursos humanos, resultados, metas, impactos, disciplina, orden, equilibrio, cadena de comando, redes (electrónicas).

Posteriormente llegó la visión del mercado como solución y los valores cambiaron a: competitividad, calidad, eficacia, valor agregado, igualdad de oportunidad, ventaja comparativa, ventaja competitiva, competencia, acumulación, oferta, demanda, utilidad, ciclo de vida, modernización, cliente, retorno, capital humano, capital intelectual, lucro, sobrevivencia, pragmatismo, individualismo.

Hoy otros valores están en funcionamiento, una visión holística del mundo se abre paso y con ello: valores, sostenibilidad, complejidad, diversidad, multicausalidad, no-linealidad, interdependencia, naturaleza, sociedad, cultura, equidad, participación, comunidad, interacción, bioconstrucción, sistemas blandos, talentos humanos, solidaridad, colaboración, formación, espiritualidad, compromiso, entrega.

¿Son esos valores condiciones suficientes para el cambio de época?

Según Manuel Castells, una época histórica cambia cuando se transforman de forma cualitativa y simultánea las relaciones de producción, relaciones de poder, experiencia humana y cultura.

La forma como se vive la experiencia humana, la familia, la sexualidad, las relaciones de género, las relaciones interpersonales y sociales, las relaciones con la naturaleza, etc., están bajo transformaciones profundas, cuyos impactos en la experiencia humana son difíciles de anticipar.

Lo mismo sucede con los cambios que se están originando en las relaciones de producción y en las de poder que van a generar tensiones importantes con pronósticos difíciles de prever.

Que sean difíciles no implica que no podamos imaginar soluciones a todas esas necesidades. Eso es lo bueno que tiene ser partícipes de un cambio como el actual. VIVAMOSLO.

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