Las grandes ciudades globales generan enormes necesidades de todo tipo. Al respecto, la ley de la selva urbanística ha producido territorios donde la vida cotidiana es cada vez más insostenible. Al mismo tiempo que estas ciudades han atraído a profesionales y turistas que revalorizan sus centros urbanos, las poblaciones que les prestan servicios (desde el cuidado de su familia hasta la seguridad de los edificios donde trabajan) son expulsadas a barrios cada vez más lejanos donde poder pagar la renta del alquiler (cada vez más importante) o la letra de la hipoteca (cada vez más inaccesible). Cuando los centros urbanos son empleados como activos financieros, su potencia como espacios públicos se desvanece y pueden terminar generando ciudades monstruosas, como ocurre cuando el turismo cesa o los vecinos se van de los centros históricos.
A diario, el resultado es un desplazamiento masivo de trabajadoras desde las periferias geográficas y sociales hacia los barrios donde se concentran los empleos, alimentando modelos de movilidad urbana que envenenan nuestro aire y nuestra capacidad de construir ciudades en común. En algunos lugares como Palma de Mallorca, este tipo de ciudad impide que las profesionales de la sanidad y la educación puedan residir en la ciudad.
De seguir este modelo, dentro de 25 años podríamos habitar ciudades donde la atención de las necesidades de sus habitantes no pueda ser cubierta. En esta ciudad, muchos grupos sociales apenas coincidirían cotidianamente en los mismos territorios, generando graves problemas de reconocimiento político y social.
En ciudades escindidas la cohesión social será una quimera. En 2011, Madrid ya era la ciudad más segregada entre las principales capitales europeas y esta tendencia no podrá revertirse en ausencia de un gran acuerdo a favor de políticas de vivienda a la altura del reto.
Finalmente, más allá de los trabajadores de las profesiones creativas y los servicios personales que demandan las ciudades globales, un creciente sector de población ha comenzado a ser prescindible para el modelo económico. De no avanzar hacia sistemas de reparto del empleo y democratización de la economía, amplias capas de la población se verán condenadas a un insostenible ostracismo social y político.
En estos casos, la invisibilización de la pobreza en ciudades limitaría las opciones de acción política colectiva. Y en ausencia de reconocimiento y canales de expresión, la juventud sin futuro siempre encuentra nuevos medios de impugnación, cuya orientación política está abierta desconociéndose las consecuencias de ello.
La consultora Oxford Economics publicó el informe Ciudades Globales 2030, en el que se proyecta cómo serán el mundo y sus ciudades. Se trata de un estudio comparativo de las 750 principales ciudades del mundo que, en su conjunto, suman hoy el 57 % del PIB mundial (el equivalente a 8 millones de millones de dólares) y que para el año 2030 superarán el 61%.
El mundo se urbaniza, tan es así que más de la mitad de la población mundial ya vive en un 2% del territorio del planeta. Según Richard Holt, director de Investigaciones del Oxford Economics, este hecho aumenta las posibilidades de progreso, pues «las grandes urbes son el motor del crecimiento económico, la innovación, la industria y los servicios, la demanda y la producción».
Habría que decir que a la vez de progreso hay que hablar de retos.
El informe señala que nos encontramos ante la reestructuración de la balanza urbana global, la cual se materializa en dos grandes fenómenos geopolíticos. En primer lugar, el desplazamiento del motor económico de Occidente a Oriente, con el protagonismo indiscutible de China, que aporta tres ciudades al top five de ciudades que más crecerán en los próximos años (Nueva York, Shanghái, Tianjin, Pekín y Los Ángeles) y tendrá un total de 17 entre las 50 más ricas para 2030. Las ciudades chinas superarán con creces a sus pares europeas y norteamericanas. El PIB agregado de las 150 ciudades chinas más grandes pronto superará al de las 139 mayores ciudades europeas y al de las 58 más grandes de Norteamérica; e incluso desconocidas como Chengdu, Hangzhou y Wuhan igualarán, por ejemplo, a las poderosas Seúl o Dallas.
El segundo gran fenómeno es el potencial de crecimiento de las ciudades emergentes. Estas podrán crecer con más agilidad que las desarrolladas, las que lo harán más lentamente por encontrarse cerca de la frontera tecnológica, tener una población urbana estable y menos oportunidades de creación de puestos de trabajo. Las emergentes, eso sí, afrontan diferentes desafíos urbanos ―la mayoría relacionados con las infraestructuras de agua, vivienda, salud, educación y transporte― que, con frecuencia, sobrepasan a las autoridades gubernamentales. A esos desafíos hay que añadir otros que afectan a la seguridad personal y colectiva.
Las ciudades crecen, en tamaño y cantidad, y necesitan ser repensadas, rediseñadas, reimaginadas. Los diferentes desafíos de la sociabilidad urbana y el papel que las distintas ciudades asumirán en el orden geopolítico mundial formarán parte de las grandes agendas políticas, pero la decisión de qué ciudades queremos y su gestión cotidiana será tarea de los ciudadanos y de los políticos locales. «Lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles».
Ese uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible; y será algo que buscarán los políticos, urbanistas y académicos que se reunieron en Quito, para la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Vivienda y Desarrollo Urbano Sostenible Hábitat III. El proceso de urbanización es prácticamente imparable. Sí, en cambio, podemos actuar para cambiar y definir los cómos:
- ¿Cómo queremos que sean nuestras ciudades?
- ¿Cómo vivimos el espacio público?
- ¿Cómo lo gobernamos?